Días azules, sol de la infancia es una interesante novela juvenil ambientada en el Madrid del año 36, durante el alzamiento nacional que antecedió a la Guerra Civil Española.

“El mejor regalo que me han hecho en toda mi vida fue un manojo de perejil”. Esta frase solía repetirla el abuelo Nicasio cuando, durante las vacaciones familiares en su casa de Manzanares, algún nieto tenía un berrinche; eran estas palabras las únicas que en sus últimos años podían escucharse salir de su boca, sacándolo así del ensimismamiento propio de la edad.

Nico, el menor de los nietos, siempre había sentido curiosidad por esta frase. Esta curiosidad, acrecentada por las evasivas respuestas de su familia, lo empuja a investigar e ir encajando las piezas del puzle que conforman la desconocida vida de su abuelo cuando era joven.

Y así comienza un relato en dos tiempos y dos voces, la del nieto y la del abuelo (aunque en el caso del abuelo es un narrador omnisciente el que nos cuenta el acaecer de su vida). Dos narraciones maravillosas, con voces muy distintas pero que vibran en un mismo sentir, el amor. Porque la vida del abuelo Nicasio no es una historia sobre ideas políticas, sobre buenos y malos, derechas o izquierdas…, sino sobre el amor -el amor que descubre con Matilde- y la pasión por vivir, a pesar de la guerra. Un relato en el que descubriremos un Madrid bohemio y republicano con sus luces y sus sombras, un Juan Ramón Jiménez y una Zenobia para mí desconocidos, la dureza del campo, y los inicios de una guerra atroz que ojalá jamás se hubiese producido.

Agradezco en gran medida que se escriban relatos como éste, con un poso histórico importante, expuesto sin pasar por tamices ideológicos. Una guerra es un suceso terrible, mucho más cuando, como la nuestra, se produce entre vecinos, entre hermanos… Apenas conozco relatos de este tipo para los más jóvenes y creo que son muy necesarios, porque el olvido solo nos lleva a repetir los mismos errores, y las heridas, como se suele decir, sanan mejor “al aire”.

Por cierto, el título hace mención -y pienso que también es un homenaje del autor- al último verso de Antonio Machado, hallado en su  abrigo tras su fallecimiento.

 


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