Ottoline es una de las sagas para primeros lectores que mas me gusta, y es que se dan la mano tres factores que considero fundamentales en esa edad: una historia original, una muy buena ilustración -a pesar de ser eminentemente en blanco y negro- y una encuadernación y cuidado del detalle exquisitos en cada volumen. Es decir, en esta saga se ha dado importancia no solo al contenido sino también al continente.
Ottoline Brown es una niña normal, sólo que el mundo que nos propone el autor Chris Riddell como su entorno es todo menos normal. Nuestra protagonista vive sin sus padres -grandes viajeros y coleccionistas de las cosas más inverosímiles- al cuidado del señor Munroe -un extraño ser peludo-, en un gran edificio con forma de molinillo de pimienta, y además tiene un buen número de “ayudantes” que hacen su vida más fácil: desde una pareja que se encarga de mullir almohadas y descorrer cortinas, hasta un trío llamado “los mil vatios” cuyo único cometido es cambiar las bombillas fundidas. Pero también ostenta una gran responsabilidad como miembro de la familia: ordenar y clasificar todo aquello que envían sus padres de sus viajes.
A pesar de estar perfectamente atendida y tener una figura importante de apego a su lado -el señor Munroe-, Ottoline en ocasiones se siente triste, especialmente cuando recibe una postal de sus padres. Éste es un aspecto que me gusta que se destaque, puesto que al crear el autor un universo paralelo, el libro necesita de ciertos anclajes a la realidad para mantener ese punto de “posibilidad imposible”.
Nuestra protagonista es una chica resuelta, proactiva y altamente capacitada que, junto al señor Munroe, vivirá muchas aventuras y resolverá algún que otro misterio, pues es lo que más le gusta hacer. Me recuerda en muchos aspectos a Pippi Langstrum, una niña que vive sin sus padres, fuerte y decidida, emprendedora. Creo que uno de los puntos destacables de esta serie se encuentra en estas características de su protagonista.
En esta saga, Chris Riddell recrea un mundo paralelo donde se mezclan personajes humanos, animales y otros simplemente inclasificables, en una ciudad de grandes edificios que recuerda a Manhatan, y que debido a su estética y a la nula aparición de tecnología a lo largo de la historia, podríamos ubicar en el siglo XIX
Con dibujos a plumilla, empleando un solo color -siempre el mismo- en ciertos elementos, la ilustración no precisa de nada más para resultar altamente expresiva, llena de detalles y matices. Chris Riddell es un reconocido autor de tiras humorísticas de periódico, y arriesga utilizando el mismo estilo para estas novelas ilustradas, demostrando que puede funcionar igualmente bien.
El ritmo de la historia podría decirse que es “sin prisa pero sin pausa”; la acción se sucede sin grandes pasajes descriptivos -que suelen aburrir a los más pequeños-, pero tampoco a una velocidad de vértigo. Los protagonistas vivirán aventuras a un ritmo pausado; parece evidente que Ottoline sabe que por algún motivo ha nacido para resolver misterios, y se encuentra en una actitud de aceptación de su destino.
En cierta forma es un libro bastante interactivo, lo cual lo hace más divertido si cabe. El autor acostumbra a utilizar carteles, notas y pequeñas explicaciones dentro de sus ilustraciones, capturando la atención del lector y haciéndolo más partícipe de la lectura. Sorprende la ausencia de tecnología (a excepción de algunos robots); en el mundo de Ottoline las personas se visitan, se hablan e incluso ¡¡se envían cartas!!
En conclusión, me parece una estupenda apuesta para lectores que ya leen de manera fluida pero necesitan todavía textos no muy extensos y muchas ilustraciones. El libro es de fácil lectura pero no tiene una trama simple, por lo que no resultará nada aburrido.
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