Lo primero que voy a confesar es que no me atrae en absoluto el fútbol, de hecho me aburre soberanamente, y debo añadir que estos últimos años he sentido incluso una fuerte animadversión; futbolistas encumbrados al nivel de los dioses, partidos cuyo resultado es más importante que las elecciones nacionales, y todo ello aderezado con agresividad y odio gratuito entre los hinchas de cada equipo.
Más allá de la competitividad o la superación personal, pienso que el deporte tiene como señas de identidad el trabajo en equipo, la solidaridad, la valentía o el compromiso, valores que poco tienen que ver con lo que nos llega hoy desde el mundo del fútbol. Por eso este libro es necesario, pues a través de 18 historias, representa desde mi sentir el auténtico «espíritu deportivo».
Algunos de los futbolistas que las protagonizaron son muy conocidos, otros no tanto. Gracias a este libro se han puesto en valor historias que, de otra forma, habrían caído en el olvido, pues son hechos que no «venden camisetas», ni convertirían jamás a sus protagonistas en la imagen de coches o perfumes caros. Crean, a cambio, conciencia humanista, siembran bondad, y muestran el tremendo potencial que el deporte tiene para hacer de este mundo un lugar mejor.
Todas las historias tienen valores que aportar, pero algunas me han causado una gran impresión, y me gustaría citarlas para que os hagáis una idea de la diversidad de ejemplos que trasmite el libro. Os las cuento brevemente a continuación:
Predrag Pasic, de nacionalidad bosnia, cuando «colgó las botas» volvió a Sarajevo, su ciudad natal y, a pesar de la guerra, decidió quedarse en ella y montar un club infantil de fútbol, creando un entorno seguro y lleno de esperanza donde niños de todas las religiones se reunían para jugar, mientras los adultos se dedicaban a matarse los unos a los otros por, entre otras muchas cosas, sus diferentes creencias religiosas.
Carlos Caszely, futbolista chileno, ante el golpe militar de Augusto Pinochet, expresó su compromiso con la libertad negándose a estrechar la mano del dictador en público. Este hecho le causó grandes sufrimientos a él y a su familia, pero él tenía claro que como deportista, era un referente de libertad, y la defendió a pesar de las consecuencias.
Matt Le Tissier, jugador del Southampton ingés, rechazó fichar por varios de los mejores equipos europeos del momento porque valoraba más jugar en su ciudad y con sus amigos de siempre. Prefirió la vida sencilla a la opulencia de la élite futbolística.
El libro no estaría completo sin el papel de las mujeres en este deporte, siendo siempre las grandes olvidadas; me gustó mucho el relato de Salma Al Majidi, entrenadora. Salma nació en Sudán, uno de los peores países para ser mujer. Se enamoró del fútbol y del trabajo de entrenador viendo jugar a su hermano pequeño. Con tesón, consiguió ser entrenadora en varios equipos, y que su trabajo se respetara tanto dentro como fuera de las gradas. Sin pretenderlo, puso su granito de arena por el feminismo.
Y podría continuar, cada una de las historias encierra muchos valores y enseñanzas y son en su conjunto muy inspiradoras. Ha sido todo un placer leer este libro, pero… ¿significa esto que voy a volverme fan del fútbol?, ¿que veré algún partido? Pues probablemente no, porque a mi lo que me gusta es bailar, no dar patadas a un balón; lo que si puedo decir es que ahora entiendo un poquito a aquellos que dicen que el fútbol es algo más que lo que se ve por la tele.
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