Descripción
Un día, siendo yo niña, observé el vuelo de una mosca. Era una de esas moscas grandes, negras, con franjas grises, algo peludas y de ojos penetrantes. Me percaté de que su patrón de vuelo era excesivamente irregular, aún proviniendo de un ser como este.
La curiosidad me impulsó a seguirla; en ocasiones se posaba en el suelo, hacía vibrar todo su cuerpo de manera extraña y emprendía el vuelo de nuevo.
Tras unos minutos, la mosca, de manera inesperada, realizó un ascenso veloz para acabar estrellándose contra una de las paredes del pasillo.
Observé como su cuerpecillo yacía en el suelo; en ese momento su abdomen se abría para liberar una miríada de pequeñas larvas. Recuerdo mi enorme sorpresa, no tanto debida al hecho de ver por primera vez una mosca parasitada, sino a la aparente imposibilidad de que aquel montón de larvas cimbreantes cupiesen, minutos antes, en un abdomen tan pequeño.
La naturaleza es sorprendente.